TERCERA SALIDA DE GREGORIO
7. Parte 7
¡Mira padre! –gritó de pronto–. ¡Ya empieza de nuevo! Y presa de un temor totalmente incomprensible para Gregorio, la hermana abandonó aun a la madre, apartándose de su sillón como si prefiriese sacrificarla antes que permanecer cerca de Gregorio, y corrió a refugiarse detrás del padre que, excitado por esta actitud, también se puso de pie extendiendo los brazos ante la hermana como para protegerla. Pero Gregorio no tenía la menor intención de asustar a nadie, y mucho menos a su hermana. Simplemente había comenzado a dar la vuelta para regresar a su habitación, y lo que realmente llamaba la atención era que, a causa de su estado achacoso, solo podía realizar la difícil maniobra ayudándose con la cabeza, que varias veces levantó para dejarla caer después golpeándola contra el piso. Se detuvo y miró alrededor suyo. Parecía que habían adivinado su buena intención. Aquello había sido solo un susto pasajero. Ahora todos lo observaban silenciosos y tristes. La madre estaba en su sillón con las piernas estiradas y muy juntas, y los ojos casi cerrados de desfallecimiento El padre y la hermana se hallaban sentados uno junto al otro, y Grete rodeaba con una mano el cuello del padre. “Bueno, tal vez ya pueda volverme”, pensó Gregorio, y comenzó de nuevo la operación. Fatigado, no podía reprimir los resoplidos, y de vez en cuando debía detenerse para descansar. Por lo demás, nadie lo apremiaba. Lo dejaban actuar por sí mismo. Apenas terminó de dar la vuelta, comenzó a retirarse en línea recta. Se asombró de la gran distancia que lo separaba de su cuarto y no podía concebir cómo, a pesar de su debilidad, podía haber recorrido antes el mismo camino, casi sin notarlo. Pensando solo en arrastrarse lo más rápidamente posible, apenas se dio cuenta de que ninguna palabra, ningún grito de la familia lo molestaban. Recién cuando llegó a la puerta volvió la cabeza, pero no completamente, pues sintió que el cuello se le ponía rígido; con todo, vio aún que nada había cambiado detrás suyo, salvo que la hermana se había puesto de pie. Su última mirada fue para la madre, que ahora se hallaba profundamente dormida. No bien entró en su cuarto, se cerró rápidamente la puerta y pasaron el cerrojo y la llave. Este ruido brusco asustó tanto a Gregorio, que las patitas se le doblaron. Quien tanta prisa tenía era la hermana. Había permanecido de pie y al acecho; luego, se había precipitado ágilmente hacia adelante, sin que Gregorio la oyera acercarse. –¡Por fin! –exclamó dirigiéndose a los padres, mientras hacía girar la llave en la cerradura. “–¿Y ahora?”, se preguntó Gregorio mientras, en medio de la oscuridad, miraba en torno suyo. No tardó en descubrir que ya le era absolutamente imposible moverse, pero no se asombró por ello, porque lo que ante todo le parecía poco natural, era el haberse podido desplazar, como hasta ahora, con esas patitas tan delgadas. Por lo demás se sentía relativamente cómodo, aunque a decir verdad le dolía todo el cuerpo, pero era como si los dolores se fueran debilitando cada vez más, y pronto fueran a desaparecer por completo.