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PRIMERA SALIDA DE GREGORIO

4. Parte 4

La madre, que pese a la presencia del encargado tenían aún el cabello suelto y enmarañado como al saltar de la cama, juntando las manos, miró primero al padre y después avanzó dos pasos hacia Gregorio, para desplomarse en medio de las faldas desplegadas, el rostro hundido en el pecho. Con expresión hostil el padre cerró el puño, como si quisiera obligar a Gregorio a retroceder al interior del cuarto; luego dirigió una mirada insegura hacia el recibidor y rompió a llorar con un llanto que sacudía su robusto pecho. Gregorio no entró, pues, en la habitación, sino que, permaneciendo en el interior de su cuarto se apoyaba en la hoja cerrada de la puerta, de modo que solo era visible la mitad de su cuerpo con la cabeza que, inclinada a un lado, espiaba a los otros. Entre tanto la claridad del día había ido en aumento; al otro lado de la calle se recortaba nítidamente un fragmento del negruzco e infinito edificio de enfrente: un hospital; la uniformidad de su fachada era rota únicamente por la austera simetría de las ventanas. Llovía aún, pero solo se veían caer goterones aislados. Sobre la mesa estaba dispuesta la vajilla para un abundante desayuno, pues para el padre esta era la comida más importante de la jornada y la prolongaba con la lectura de diversos periódicos. En la pared opuesta colgaba una fotografía de Gregorio de la época de su servicio militar. Representaba al teniente que, con la mano en la empuñadura de la espada, sonreía despreocupado y como exigiendo respeto para su actitud y su uniforme. La puerta que daba al recibidor estaba abierta, y también lo estaba la principal, por lo que se veía el rellano y la escalera que descendía. –Bueno –dijo Gregorio muy consciente de ser el único en conservar la calma–, me visto de inmediato, empaqueto el muestrario y me marcho. ¿Me dejarán partir, verdad? Ahora bien, señor encargado, ve usted que no soy testarudo y que trabajo de buena gana. Viajar es cansador, pero yo no podría vivir sin viajar. ¿Adónde va usted, señor encargado? ¿A la tienda? ¿Sí? ¿Lo contará todo conforme a la verdad de los hechos? En algún momento uno puede sentirse incapaz para el trabajo, pero es precisamente entonces cuando uno recuerda los méritos anteriores y considera que, después de superar los obstáculos, trabajará sin duda con mayor diligencia y dedicación. Bien sabe usted cuán obligado le estoy al señor jefe. Por otra parte, tengo que cuidar de mis padres y hermana.