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PRIMERA SALIDA DE GREGORIO

5. Parte 5

Sé que estoy en apuros, pero lograré salir del paso nuevamente. No haga usted mi situación más difícil de lo que ya es. En la tienda, póngase usted de mi parte. No quieren a los viajantes, lo sé; piensan que ganan un dineral y que además se dan la gran vida. Pero usted, señor encargado, tiene mejor conocimiento de las circunstancias que el resto del personal, y, dicho sea en confianza, los conoce mejor que el propio jefe, quien, en su calidad de empresario, fácilmente se equivoca en sus apreciaciones acerca del empleado, perjudicándolo. Además sabe usted muy bien que el viajante, que pasa la mayor parte del año fuera de la tienda, es víctima fácil de habladurías, caprichos del azar y quejas infundadas, contra lo cual es completamente imposible defenderse, pues las más de las veces ni él mismo se entera, y solo cuando vuelve a casa después de un viaje agotador, empieza a sentir en carne propia los efectos cuyas causas son impenetrables. Señor encargado, no se vaya usted sin decir algo que indique que me da la razón, aunque sea en parte. Pero el encargado, desde las primeras palabras de Gregorio, había dado media vuelta mirándolo por encima del hombro, estremecido y con los labios abultados por el asco que sentía. Y mientras Gregorio hablaba no se quedó quieto ni un instante, sino que se escurrió buscando la puerta sin quitarle los ojos de encima; pero lo hacía muy lentamente, como si una secreta prohibición le impidiera abandonar el recinto. Ya estaba en el recibidor, y por el movimiento brusco que hizo cuando su pie abandonó la sala se hubiera podido creer que se había quemado la planta.