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PRIMERA SALIDA DE GREGORIO

8. Parte 8

De nada valieron los ruegos de Gregorio, los que tampoco fueron entendidos, y si quería volver humildemente la cabeza, con más fuerza golpeaban los pies del padre contra el piso. Más allá, la madre había abierto bruscamente una ventana a pesar del tiempo frío, e inclinada hacia afuera se cubría el rostro con las manos. Entre la calle y la escalera se formó una violenta corriente de aire; volaron las cortinas en las ventanas, crujieron los periódicos sobre la mesa, algunas hojas sueltas se desplegaron sobre el piso. Inexorable, el padre avanzaba siseando como un salvaje. Pero Gregorio no se había ejercitado aún en la marcha hacia atrás, y verdaderamente eso iba muy despacio. Si tan solo le hubiera sido posible volverse, en un instante hubiera entrado en el cuarto, pero temía impacientar a su padre si se demoraba en la maniobra, pues el bastón no dejaba de amenazarlo con un golpe mortal en el lomo o la cabeza. Sin embargo, no tuvo al fin otra alternativa, ya que notó con espanto que en la marcha hacia atrás no acertaba a conservar la dirección. Y así, sin dejar de mirar a su padre con angustia, comenzó a volverse lo más rápido posible, aunque en realidad solo podía hacerlo muy lentamente. Quizás el padre notó su buena voluntad, pues no solo no lo estorbó, sino que dirigía de lejos los movimientos con la punta del bastón. ¡Si no fuera por ese insoportable siseo del padre! Ello hizo que Gregorio perdiera totalmente la cabeza. Ya se había vuelto casi por completo cuando el incesante siseo le hizo errar el camino y retroceder nuevamente un poco.