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SÓCRATES Y LOS SOFISTAS

Sitio: Aulas | Uruguay Educa
Curso: LSU FILOSOFÍA 6
Libro: SÓCRATES Y LOS SOFISTAS
Imprimido por: Invitado
Día: domingo, 19 de mayo de 2024, 20:48

1. Sócrates y los sofistas

Sócrates y los sofistas: los problemas de la verdad y la bondad

Los primeros filósofos habían focalizado su atención en la naturaleza; los sofistas y Sócrates volcaron el interés de la filosofía al estudio del hombre. En lugar de interrogar las grandes cuestiones cósmicas en busca del principio último de todas las cosas, la filosofía comienza a preocuparse por el comportamiento del hombre. Esta transición de cuestiones predominantemente metafísicas a otras de base ética se explica en parte por el fracaso de los presocráticos en alcanzar una concepción uniforme del cosmos. Las diversas e inconsistentes interpretaciones de la naturaleza que habían sido propuestas no parecían conciliarse. Estas contradictorias cosmovisiones produjeron una fatiga intelectual, en virtud de la aguda dificultad para descifrar los secretos de la naturaleza además de desinterés por proseguir una actividad filosófica que no prometía un resultado exitoso; la filosofía podría haberse detenido en esta situación. La controversia acerca del principio último de las cosas generó un cierto escepticismo acerca de la capacidad de la razón humana para descubrir la verdad de la naturaleza. Pero esta mala disposición, este escepticismo, dio impulso a una nueva dirección de la filosofía, porque el escepticismo mismo se convirtió en motivo de interés filosófico. En lugar de discurrir en torno a las teorías alternativas de la naturaleza, los filósofos se dirigieron al problema del conocimiento humano, preguntándose si es posible que la mente humana alcance una verdad universal. La pregunta se veía agravada por el descubrimiento de diferencias culturales entre varias razas y pueblos, de modo que la cuestión acerca de la verdad se vio profundamente complicada con el problema de la bondad. ¿puede haber un concepto universal de bondad si las hombres son incapaces de conocer una verdad universal? Los principales momentos de este nuevo debate se dieron con los sofistas y con Sócrates.


2. Los sofistas

Los sofistas

Los tres sofistas más destacados que aparecieron en Atenas en el siglo V a.C. Fueron Protágoras, Gorgias y Trasímaco, que formaban parte de un grupo llegado a Atenas como profesores ambulantes o, como en el caso de Hipias de Elis, como embajadores, y se denominaron a sí mismos sofistas o "intelectuales". Provenientes de diferentes culturas - Protágoras de Abdera, en Tracia, Gorgias de Leontini, en el sur de Sicilia, y Trasímaco de Calcedonia- echaron una fresca mirada sobre el pensamiento y las costumbres de Atenas y se interrogaron acerca de ellos. Llegaron a ser los grandes voceros del iluminismo griego, forzando a los atenienses a considerar si sus ideas y costumbres se fundaban sobre la verdad o simplemente sobre modos convencionales de comportamiento. ¿Era la distinción entre griegos y bárbaros, preguntaban, similar a la distinción entre amos y esclavos, algo basado en la evidencia o simplemente en un prejuicio? No sólo habían vivido los sofistas en diferentes países con diferentes costumbres, sino que habían reunido una amplia información sobre diferentes hechos culturales. Su conocimiento, enciclopédico de diferentes culturas los hizo escépticos respecto de la posibilidad de alcanzar alguna verdad absoluta sobre la cual una sociedad pudiera ordenar su vida. Lanzaron así sobre los pensativos atenienses la cuestión de si la cultura helénica se basaba en reglas hechas por el hombre o en la naturaleza, si sus códigos religiosos y morales eran convencionales y, por eso, cambiantes, o naturales y, por eso, permanentes. De un modo decisivo, colocaron el estrado donde analizar más deliberada y cuidadosamente la naturaleza humana, cómo adquirir conocimientos y cómo ordenar la conducta. Los sofistas eran en primer lugar hombres prácticos, y las circunstancias de la democracia ateniense bajo Pericles


favorecieron la puesta en práctica de sus habilidades. Su interés y competencia abarcaban tanto la prosa y la gramática como la capacidad en el discurso, lo que los hizo populares. Bajo Pericles, la aristocracia había sido remplazada por la democracia, lo que intensificó la vida política de Atenas, con la participación de los ciudadanos libres en la discusión política y en la elección de dirigentes. Pero la educación aristocrática más antigua no había preparado a los hombres para las nuevas condiciones democráticas de vida, ya que la educación se había fundado en su casi totalidad en la tradición familiar. No hubo capacitación teórica ni práctica en las áreas de la religión, la gramática y la cuidadosa interpretación de los poetas. Los sofistas se movieron en este vacío cultural y su interés práctico por enseñar llenó una urgente necesidad. Se volvieron así maestros populares y fueron la principal causa de la nueva educación. Lo que profesaron, sobre todo, fue el arte de la retórica, del discurso persuasivo. El poder de persuasión se había convertido en una necesidad política en la Atenas democrática para cualquiera que aspirara a puestos directivos. Debido a su amplio conocimiento de la gramática y a su información sobre diversas culturas, tanto como a la amplia experiencia derivada de sus viajes y el ejercicio de la docencia en diversos lugares, los sofistas poseían lo necesario para adiestrar a los nuevos ciudadanos atenienses.

La reputación de los sofistas fue al principio muy favorable; prestaban un inmenso servicio capacitando a los hombres con claridad de ideas y fuerza expresiva. El discurso claro y el poder de persuasión eran especialmente indispensables en una asamblea popular donde resultaría desastroso un debate entre oradores inhábiles, incapaces de exponer las ideas propias o descubrir los errores del oponente. La retórica se convirtió en un cuchillo que podía emplearse para un fin bueno o malo, para cortar el pan o para matar. Quien poseía este poder de persuasión podía usarlo tanto para resolver un problema difícil o vencer la resistencia psicológica a una buena idea, como para imponer un criterio a su favor o la bondad intrínseca de algo cuestionaba. El empleo de la retórica en un sentido u otro fue ampliamente facilitado por el escepticismo inherente de los sofistas. Y fue ése su escepticismo, así como su relativismo, lo que los volvió sospechosos. Nadie los hubiera criticado por formar abogados, como lo hacían, por ser hábiles en ver todos los lados de un caso. En verdad, una persona merece defenderse con la misma habilidad con que es acusada. En tanto el arte de la persuasión se vinculó a la prosecución de la verdad no hubo guerra contra los sofistas; pero cuando trataron la verdad como algo relativo, fue inevitable que se los acusara de enseñar a los jóvenes cómo mostrar bueno un caso malo o hacer que pareciera justa una causa injusta. Además, ganaron fama de reunir a jóvenes de buenas familias solo para inducirlos a un crítico y destructivo análisis de sus ideas éticas y religiosas tradicionales. Sumaron a esto el apartarse de la antigua imagen del filósofo desinteresado que no se ocupaba de la filosofía para ganar dinero. Por contraste, los sofistas cobraban por su enseñanza y buscaban a los ricos que pudieran pagarla. Sócrates estudió con ellos pero, a causa de su pobreza, solo pudo hacer un "breve curso". Esta práctica de cobrar por enseñar movió a Platón a acusarlos de "traficantes de mercadería espiritual".


3. Protágoras

Protágoras

Entre los sofistas que llegaron a Atenas, Protágoras de Abdera fue el de mayor edad y, en muchos aspectos, el más influyente. Es bien conocido por su afirmación de que "el hombre es la medida de todas las cosas, de las que existen en cuanto existen, de las que no existen en cuanto no existen". Decir que el hombre es la medida de todas las cosas significa, aparentemente, que cualquier conocimiento que el hombre pudiera alcanzar acerca de cualquier cosa estará limitado a sus capacidades humanas. Dejó de lado cualquier discusión teológica, afirmando que "acerca de los dioses no puedo saber si existen o no existen, ni de qué forma son, pues las razones que impiden saberlo son varias: la oscuridad del tema, la brevedad de la vida humana". El conocimiento, dice Protágoras, está limitado a nuestras percepciones y éstas son diferentes en cada ser. Si dos personas observaran el mismo objeto, sus sensaciones serían diferentes debido a que cada una ocuparía una posición diferente en relación al mismo. Igualmente, la misma brisa resultará fría para uno y cálida para otro. Si la brisa es fría o no, resulta imposible de contestar de manera simple: es un hecho frío para uno y cálido para otro. Decir que el hombre es la medida de todas las cosas es, por eso, afirmar que nuestro conocimiento está determinado por lo que percibimos, y si hay algo en cada persona que la hace percibir cosas distintas no existe criterio para determinar quién está en la verdad y quién en el error. Protágoras pensó que todos los objetos que los hombres perciben por sus diversos sentidos poseen todas las propiedades que se admiten como pertenecientes a los mismos. Por tal razón, es imposible descubrir cuál es la "verdadera" naturaleza de cada cosa; una cosa tiene tantas características como personas las perciben. No hay manera de distinguir entre "apariencia" y "realidad"; para la persona que afirma que la brisa es fría, es realmente fría y no solo aparece como tal, aunque sea cálida para otra. Sobre esta teoría del conocimiento resulta imposible construir cualquier conocimiento científico, pues rechaza la posibilidad de descubrir qué son realmente las cosas, ya que distintos observadores las perciben distintamente. El conocimiento es, pues, para Protágoras, relativo a cada observador.

En lo que a ética se refiere, Protágoras mantuvo que los juicios morales son relativos y estuvo dispuesto a admitir que la idea de ley refleja el deseo general en cada cultura de un orden moral entre los hombres, pero negó que hubiera una ley natural uniforme para todos los pueblos. Distinguió entre naturaleza y costumbre o convención, y afirmó que las leyes y reglas morales se basan, no en la naturaleza, sino sobre convenciones. Cada sociedad tiene sus propias leyes y sus propias normas morales y no hay modo, aparte de ciertas observaciones del sentido común respecto a su "verdad" relativa, de juzgar cuáles son verdaderas y cuáles falsas. Pero Protágoras no llevó este relativismo moral al extremo revolucionario de decir que, debido a que los juicios morales son relativos, cada individuo puede decidir lo que es moral. Por lo contrario, adopta la actitud conservadora de que es el estado el que debe hacer las leyes y éstas ser aceptadas por todos, porque son buenas. Otra comunidades pueden tener leyes diferentes, y los individuos dentro de un estado pueden pensar también en leyes diferentes, pero en ningún caso unas son mejores que otras; son tan sólo diferentes. En los intereses de una sociedad pacífica y ordenada, pues, los hombres deben respetar y sostener las costumbres, las leyes y las normas morales que la respectiva tradición ha nutrido.

En materia religiosa, Protágoras adoptó un punto de vista similar, afirmando que la imposibilidad de conocer con certeza la existencia y la naturaleza de los dioses no debe impedir a nadie rendirles culto. El curioso resultado del relativismo de Protágoras fue su conclusión conservadora de que los jóvenes deben ser educados para aceptar y apoyar la tradición, no porque esta sea verdadera, sino porque hace posible una sociedad estable. No hay dudas de que el relativismo de Protágoras ha minado seriamente la confianza del hombre en poseer un conocimiento verdadero y su escepticismo provocó la enérgica crítica de Sócrates y de Platón.


4. Créditos

Prof. Héctor Inzaurralde

ILSU Florencia Barnada

Audio Florencia Barnada