4. El toro de piedra

Salimos de Salamanca, y llegando a la puente, está a la entrada de ella un animal de piedra, que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal, y allí puesto, me dijo:

"Lázaro, llega el oído a este toro, y oirás gran ruido dentro dél."

Yo simplemente llegué, creyendo ser ansí; y como sintió que tenía la cabeza par de la piedra, afirmó recio la mano y dióme una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:

-"Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo", y rió mucho la burla.

Parecióme que en aquel instante desperté de la simpleza en que como niño dormido estaba. Dije entre mí:

"Verdad dice éste, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer."

Comenzamos nuestro camino, y en muy pocos días me mostró jerigonza, y como me viese de buen ingenio, holgábase mucho, y decía:

-"Yo oro ni plata no te lo puedo dar, mas avisos para vivir muchos te mostraré."

Y fue ansí: que después de Dios éste me dio la vida, y siendo ciego me alumbró y adestró en la carrera de vivir.