TERCERA SALIDA DE GREGORIO
5. Parte 5
El padre, tambaleándose y tanteando con las manos, caminó hasta su sillón y se dejó caer. Parecía que iba a echarse el acostumbrado sueñecito de todas las noches, pero la inclinación de su cabeza que colgaba, falta de apoyo, demostraba que no dormía. Durante todo ese tiempo, Gregorio había permanecido inmóvil en el mismo lugar en que lo sorprendieran los huéspedes. La desilusión ante el fracaso de su plan, y acaso también la debilidad causada por el hambre excesiva, le impedían moverse. Tenía cierta razón al temer que en breves instantes se descargaría sobre él una tormenta. Esperó. Ni siquiera se asustó cuando el violín se escurrió entre los dedos temblorosos de la madre y, cayendo de su regazo, resonó vibrante. –Queridos padres –dijo la hermana golpeando la mesa con el puño, a modo de introducción–, esto no puede seguir así. Acaso no lo comprendan, pero yo sí. No quiero pronunciar el nombre de mi hermano ante semejante monstruo, y por lo tango digo simplemente esto: debemos intentar deshacernos de él. Hemos hecho lo humanamente posible para cuidarlo y tolerarlo. No creo que nadie pueda reprocharnos lo más mínimo. –Tiene toda la razón del mundo –dijo el padre para sí. La madre, que aún no podía salir de su ahogo, con los ojos extraviados, comenzó a toser sordamente, cubriéndose la boca con la mano. La hermana corrió hacia ella y le sostuvo la frente. El padre, que parecía tener ideas más precisas luego de las palabras de la hermana, se había incorporado en La metamorfosis 87 su asiento, jugaba con su gorra de ordenanza por entre los platos de la cena de los huéspedes, que aún estaban sobre la mesa, y miraba de vez en cuando a Gregorio que permanecía inmóvil. –Debemos intentar deshacernos de él –dijo la hermana dirigiéndose solo al padre, pues la madre no podía oírla a causa de la tos–. Estoy viendo que esto acabará con nosotros.