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PRIMERA SALIDA DE GREGORIO

Sitio: Aulas | Uruguay Educa
Curso: LSU LITERATURA 6
Libro: PRIMERA SALIDA DE GREGORIO
Imprimido por: Invitado
Día: miércoles, 3 de julio de 2024, 08:21

1. Parte 1

Primera salida de Gregorio:

(Gregorio) deseaba abrir la puerta, dejarse ver, y hablar con el encargado; estaba ansioso por saber qué dirían al verlo quienes ahora tanto reclamaban su presencia. En caso de que se espantaran, Gregorio quedaría libre de responsabilidad y se sentiría aliviado. Pero si lo soportaban con paciencia, tampoco tendría por qué excitarse y de hecho podría estar a las ocho en la estación, si se daba prisa. Al principio resbalaba una y otra vez por la lisura del baúl, pero al fin, con un último impulso, logró mantenerse erguido. No hacía caso ya de los dolores del abdomen, aunque el escozor era enorme. Se dejó caer contra el respaldo de una silla cercana, a cuyos bordes se aferró fuertemente con sus patitas. Con ello recuperó el dominio de sí mismo y se mantuvo callado para escuchar al encargado.


2. Parte 2

–¿Han entendido ustedes una sola palabra? –preguntó este a los padres–. ¿No estará acaso haciéndose el loco? –¡Por Dios! –exclamó la madre rompiendo en llanto–. Probablemente está muy enfermo y no hacemos más que mortificarlo. ¡Grete! ¡Grete! –llamó enseguida. ¿Qué madre? –gritó la hermana desde el otro extremo. Se entendían a través de la habitación de Gregorio. –Debes ir enseguida por el médico. Gregorio está enfermo. Rápido, al médico. ¿Has oído cómo habla ahora Gregorio? –Era un ruido animal –dijo el encargado en voz notablemente más baja comparada con los gritos de la madre. –¡Ana! ¡Ana! –gritó el padre dirigiendo su voz hacia la cocina a través del recibidor y golpeando las manos–. ¡Pronto, traiga un cerrajero! Y ya corrían las dos muchachas. Cruzaron el recibidor con rumor de faldas –¿cómo la hermana se había vestido tan de prisa?– y abrieron bruscamente la puerta principal, pero no se oyó que la cerraran; sin duda la habían dejado abierta como suele suceder en casas donde ha ocurrido una gran desgracia. Pero Gregorio se hallaba ahora mucho más tranquilo. Es cierto que no se entendían sus palabras, aunque a él le parecían bastante claras, más claras que antes, posiblemente a causa del acostumbramiento del oído. El caso era que ya se habían convencido de que algo anormal le sucedía y estaban dispuestos a ayudarlo. La firmeza y seguridad con que se habían tomado las primeras disposiciones le hicieron bien. Nuevamente se sintió integrado a los humanos y esperaba tanto del médico como del cerrajero, sin distinción, resultados sorprendentes y grandiosos. Para que su voz fuera lo más clara posible, pues se avecinaban conversaciones decisivas, carraspeó un poco esforzándose por amortiguar el ruido, porque tal vez resultara algo muy distinto a una tos humana, lo que él mismo no se atrevió a asegurar. Mientras tanto, en la habitación contigua se había hecho un profundo silencio. Quizá los padres y el encargado estaban sentados a la mesa y cuchicheaban. Quizá todos estaban escuchando con el oído pegado a la puerta.


3. Parte 3

Gregorio se movió lentamente hacia ella, empujando la silla, la que abandonó al llegar. Se arrojó contra la puerta y se mantuvo erguido –los tarsos de sus patitas segregaban cierta sustancia pegajosa–, descansando un minuto a causa de la fatiga. Luego, con la boca, trató de hacer girar la llave en la cerradura. Por desgracia, parecía que no tenía nada parecido a dientes; ¿con qué sostendría entonces la llave? Pero sus mandíbulas eran por cierto muy fuertes, y ayudándose con ellas pudo poner la llave en movimiento, sin darse cuenta de que inevitablemente se lastimaba, pues un líquido oscuro salía de su boca y, escurriéndose por la llave, goteaba sobre el piso. –Escuchen –dijo el encargado en la pieza contigua–; hace girar la llave. Esto infundió mucho ánimo en Gregorio. Pero todos (también el padre y la madre) tendrían que haberlo alentado: “¡Adelante, Gregorio”, debieron gritar, “siempre adelante! ¡Firme con la cerradura!”. E imaginando que todos seguían sus esfuerzos con impaciencia, mordió la llave con tanta fuerza que estuvo a punto de desmayarse; y, sosteniéndose solo con la boca, se columpiaba conforme a los giros progresivos de la llave, ya colgado de ella, ya moviéndola hacia abajo con todo el peso de su cuerpo. Al ceder la cerradura, el sonido metálico despabiló a Gregorio que, respirando con alivio, se dijo: “Bueno, no tuve necesidad de cerrajero”, y apoyó la cabeza en el picaporte para terminar de abrir. Al hacerlo de esa manera, aunque la puerta se abrió de golpe, a él no lo veían aún. Primero debió volverse lentamente para no desplomarse de espaldas a la entrada misma del cuarto. Estaba ocupado aún en tan difícil movimiento, y sin tiempo para pensar en otra cosa, cuando oyó que el encargado exhalaba un “¡oh!” (sonó como el silbar del viento), y como era el que estaba más próximo a la puerta, ahora lo veía taparse la boca con la mano y retroceder lentamente como si una fuerza invisible lo empujara sin interrupción.


4. Parte 4

La madre, que pese a la presencia del encargado tenían aún el cabello suelto y enmarañado como al saltar de la cama, juntando las manos, miró primero al padre y después avanzó dos pasos hacia Gregorio, para desplomarse en medio de las faldas desplegadas, el rostro hundido en el pecho. Con expresión hostil el padre cerró el puño, como si quisiera obligar a Gregorio a retroceder al interior del cuarto; luego dirigió una mirada insegura hacia el recibidor y rompió a llorar con un llanto que sacudía su robusto pecho. Gregorio no entró, pues, en la habitación, sino que, permaneciendo en el interior de su cuarto se apoyaba en la hoja cerrada de la puerta, de modo que solo era visible la mitad de su cuerpo con la cabeza que, inclinada a un lado, espiaba a los otros. Entre tanto la claridad del día había ido en aumento; al otro lado de la calle se recortaba nítidamente un fragmento del negruzco e infinito edificio de enfrente: un hospital; la uniformidad de su fachada era rota únicamente por la austera simetría de las ventanas. Llovía aún, pero solo se veían caer goterones aislados. Sobre la mesa estaba dispuesta la vajilla para un abundante desayuno, pues para el padre esta era la comida más importante de la jornada y la prolongaba con la lectura de diversos periódicos. En la pared opuesta colgaba una fotografía de Gregorio de la época de su servicio militar. Representaba al teniente que, con la mano en la empuñadura de la espada, sonreía despreocupado y como exigiendo respeto para su actitud y su uniforme. La puerta que daba al recibidor estaba abierta, y también lo estaba la principal, por lo que se veía el rellano y la escalera que descendía. –Bueno –dijo Gregorio muy consciente de ser el único en conservar la calma–, me visto de inmediato, empaqueto el muestrario y me marcho. ¿Me dejarán partir, verdad? Ahora bien, señor encargado, ve usted que no soy testarudo y que trabajo de buena gana. Viajar es cansador, pero yo no podría vivir sin viajar. ¿Adónde va usted, señor encargado? ¿A la tienda? ¿Sí? ¿Lo contará todo conforme a la verdad de los hechos? En algún momento uno puede sentirse incapaz para el trabajo, pero es precisamente entonces cuando uno recuerda los méritos anteriores y considera que, después de superar los obstáculos, trabajará sin duda con mayor diligencia y dedicación. Bien sabe usted cuán obligado le estoy al señor jefe. Por otra parte, tengo que cuidar de mis padres y hermana.


5. Parte 5

Sé que estoy en apuros, pero lograré salir del paso nuevamente. No haga usted mi situación más difícil de lo que ya es. En la tienda, póngase usted de mi parte. No quieren a los viajantes, lo sé; piensan que ganan un dineral y que además se dan la gran vida. Pero usted, señor encargado, tiene mejor conocimiento de las circunstancias que el resto del personal, y, dicho sea en confianza, los conoce mejor que el propio jefe, quien, en su calidad de empresario, fácilmente se equivoca en sus apreciaciones acerca del empleado, perjudicándolo. Además sabe usted muy bien que el viajante, que pasa la mayor parte del año fuera de la tienda, es víctima fácil de habladurías, caprichos del azar y quejas infundadas, contra lo cual es completamente imposible defenderse, pues las más de las veces ni él mismo se entera, y solo cuando vuelve a casa después de un viaje agotador, empieza a sentir en carne propia los efectos cuyas causas son impenetrables. Señor encargado, no se vaya usted sin decir algo que indique que me da la razón, aunque sea en parte. Pero el encargado, desde las primeras palabras de Gregorio, había dado media vuelta mirándolo por encima del hombro, estremecido y con los labios abultados por el asco que sentía. Y mientras Gregorio hablaba no se quedó quieto ni un instante, sino que se escurrió buscando la puerta sin quitarle los ojos de encima; pero lo hacía muy lentamente, como si una secreta prohibición le impidiera abandonar el recinto. Ya estaba en el recibidor, y por el movimiento brusco que hizo cuando su pie abandonó la sala se hubiera podido creer que se había quemado la planta.


6. Parte 6

Una vez en el recibidor extendió su mano derecha en dirección de la escalera, como si verdaderamente esperase allí la salvación milagrosa. Gregorio comprendió que de ningún modo debía dejar que el encargado se marchara en ese estado de ánimo, si no quería llegar al extremo de perder su empleo en la tienda. Sus padres no entendían esto tan bien como él; a lo largo de los años habían llegado a la convicción de que Gregorio tenía el empleo asegurado de por vida y además estaban tan absorbidos ahora por las preocupaciones del momento, que habían descuidado toda previsión. Pero Gregorio no. Era imperioso retener al encargado, tranquilizarlo, convencerlo, y por último conquistarlo. ¡De ello dependía el porvenir de Gregorio y su familia! ¡Si al menos estuviera aquí la hermana! Ella era prudente. Había llorado cuando Gregorio aún yacía tranquilamente; y el galanteador del encargado se hubiera dejado llevar a cualquier parte por ella. Y ella, habría cerrado la puerta de la casa y en el recibidor lo hubiera disuadido de todo temor. Pero justamente la hermana no estaba allí, y Gregorio no tenía más remedio que arreglárselas solo. Sin pensar en absoluto que aún desconocía su actual capacidad de movimiento, ni tampoco que lo más posible y hasta lo más probable era que sus palabras volverían a ser ininteligibles, se desasió de la hoja de la puerta, se deslizó por la abertura, intentó avanzar hacia el encargado que aún se aferraba cómicamente con las dos manos a la baranda del rellano, pero, buscando dónde apoyarse, cayó sobre sus innumerables patitas emitiendo un leve quejido. Apenas sucedió esto tuvo, por primera vez en esa mañana, una sensación de bienestar físico. Las patitas pisaban suelo firme, y notó con alegría que le obedecían perfectamente y hasta ansiaban llevarlo a donde él quisiera, de modo que ya creía estar a punto de alcanzar la mejoría definitiva. Pero en el mismo momento en que él a causa del movimiento contenido se balanceaba a ras del suelo frente a su madre que se hallaba cerca, esta que parecía totalmente ensimismada, dio súbitamente un salto, y con los brazos extendidos y los dedos abiertos, se puso a gritar: –¡Socorro, por Dios! ¡Socorro!


7. Parte 7

Como si quisiera ver mejor a Gregorio, inclinó la cabeza, mas contradiciendo su propósito retrocedió sin tino, olvidando que detrás suyo estaba la mesa puesta para el desayuno, sobre la cual se apresuró a sentarse. Parecía no darse cuenta de que junto a ella el líquido de la cafetera volcada chorreaba sobre la alfombra. –¡Madre, madre! –dijo Gregorio en voz baja mirándola de abajo arriba. Por un instante el encargado se le borró de la mente; en cambio, no pudo privarse de abrir y cerrar varias veces sus mandíbulas en el vacío al ver el café que chorreaba, lo que motivó un nuevo grito de la madre que huyó de la mesa para echarse en los brazos del padre que corría a su encuentro. Pero Gregorio no podía perder tiempo con sus padres. El encargado estaba ya en la escalera y miraba por última vez la escena con el mentón apoyado en la baranda. Gregorio tomó impulso para alcanzarlo, pero el otro debió de sospechar algo pues bajó de un salto y desapareció. Y aún se sintió un grito que resonó en el hueco de la escalera. Por desgracia, esta fuga pareció trastornar por completo también al padre que hasta entonces se había mantenido relativamente sereno, pues en lugar de correr tras el encargado, o, por lo menos no impedir que Gregorio lo hiciera, agarró con la diestra el bastón del encargado –que este abandonó sobre un sillón junto con el sombrero y el sobretodo–, tomó con la izquierda un periódico voluminoso de encima de la mesa y, golpeando el suelo con los pies y blandiendo bastón y periódico, se dispuso a hacer retroceder a Gregorio hasta el interior de su cuarto.


8. Parte 8

De nada valieron los ruegos de Gregorio, los que tampoco fueron entendidos, y si quería volver humildemente la cabeza, con más fuerza golpeaban los pies del padre contra el piso. Más allá, la madre había abierto bruscamente una ventana a pesar del tiempo frío, e inclinada hacia afuera se cubría el rostro con las manos. Entre la calle y la escalera se formó una violenta corriente de aire; volaron las cortinas en las ventanas, crujieron los periódicos sobre la mesa, algunas hojas sueltas se desplegaron sobre el piso. Inexorable, el padre avanzaba siseando como un salvaje. Pero Gregorio no se había ejercitado aún en la marcha hacia atrás, y verdaderamente eso iba muy despacio. Si tan solo le hubiera sido posible volverse, en un instante hubiera entrado en el cuarto, pero temía impacientar a su padre si se demoraba en la maniobra, pues el bastón no dejaba de amenazarlo con un golpe mortal en el lomo o la cabeza. Sin embargo, no tuvo al fin otra alternativa, ya que notó con espanto que en la marcha hacia atrás no acertaba a conservar la dirección. Y así, sin dejar de mirar a su padre con angustia, comenzó a volverse lo más rápido posible, aunque en realidad solo podía hacerlo muy lentamente. Quizás el padre notó su buena voluntad, pues no solo no lo estorbó, sino que dirigía de lejos los movimientos con la punta del bastón. ¡Si no fuera por ese insoportable siseo del padre! Ello hizo que Gregorio perdiera totalmente la cabeza. Ya se había vuelto casi por completo cuando el incesante siseo le hizo errar el camino y retroceder nuevamente un poco.


9. Parte 9

Pero cuando felizmente su cabeza estuvo al fin frente a la puerta, era evidente que su cuerpo demasiado ancho le impediría franquearla sin más ni más. Naturalmente no se le ocurrió al padre, en su actual estado de ánimo, abrir la otra hoja para dejarle a Gregorio suficiente espacio; su idea fija era que Gregorio debía meterse en su pieza lo más pronto posible. De ningún modo hubiera permitido los complicados preparativos que necesitaba Gregorio para incorporarse y poder pasar así por la puerta. Más bien, como si no existiese ningún obstáculo, impelía a Gregorio a avanzar, haciendo un ruido singular que este sentía resonar detrás suyo como si ya no fuera simplemente la voz de un único padre. La cosa no estaba ciertamente para bromas, y Gregorio –pasara lo que pasara– se lanzó contra la puerta. Se levantó de costado y quedó atravesado en el umbral con un flanco desollado por completo. Sobre la puerta pintada de blanco quedaron estampadas unas manchas repulsivas. No tardó en quedar atascado sin poder moverse por sí solo. Las patitas de un lado quedaron, temblorosas, suspendidas en el aire, las del otro, comprimidas dolorosamente contra el suelo... Entonces el padre le asestó un fuerte golpe salvador que lo lanzó al interior de su cuarto y lo hizo sangrar en abundancia. La puerta fue cerrada con el bastón, y por fin todo volvió a la calma.


10. Créditos

La Metamorfosis. Franz Kafka

Traducción de Héctor Galmés

ILSU Natalia Medina

Audio Natalia Medina