SÓCRATES Y LOS SOFISTAS

2. Los sofistas

Los sofistas

Los tres sofistas más destacados que aparecieron en Atenas en el siglo V a.C. Fueron Protágoras, Gorgias y Trasímaco, que formaban parte de un grupo llegado a Atenas como profesores ambulantes o, como en el caso de Hipias de Elis, como embajadores, y se denominaron a sí mismos sofistas o "intelectuales". Provenientes de diferentes culturas - Protágoras de Abdera, en Tracia, Gorgias de Leontini, en el sur de Sicilia, y Trasímaco de Calcedonia- echaron una fresca mirada sobre el pensamiento y las costumbres de Atenas y se interrogaron acerca de ellos. Llegaron a ser los grandes voceros del iluminismo griego, forzando a los atenienses a considerar si sus ideas y costumbres se fundaban sobre la verdad o simplemente sobre modos convencionales de comportamiento. ¿Era la distinción entre griegos y bárbaros, preguntaban, similar a la distinción entre amos y esclavos, algo basado en la evidencia o simplemente en un prejuicio? No sólo habían vivido los sofistas en diferentes países con diferentes costumbres, sino que habían reunido una amplia información sobre diferentes hechos culturales. Su conocimiento, enciclopédico de diferentes culturas los hizo escépticos respecto de la posibilidad de alcanzar alguna verdad absoluta sobre la cual una sociedad pudiera ordenar su vida. Lanzaron así sobre los pensativos atenienses la cuestión de si la cultura helénica se basaba en reglas hechas por el hombre o en la naturaleza, si sus códigos religiosos y morales eran convencionales y, por eso, cambiantes, o naturales y, por eso, permanentes. De un modo decisivo, colocaron el estrado donde analizar más deliberada y cuidadosamente la naturaleza humana, cómo adquirir conocimientos y cómo ordenar la conducta. Los sofistas eran en primer lugar hombres prácticos, y las circunstancias de la democracia ateniense bajo Pericles


favorecieron la puesta en práctica de sus habilidades. Su interés y competencia abarcaban tanto la prosa y la gramática como la capacidad en el discurso, lo que los hizo populares. Bajo Pericles, la aristocracia había sido remplazada por la democracia, lo que intensificó la vida política de Atenas, con la participación de los ciudadanos libres en la discusión política y en la elección de dirigentes. Pero la educación aristocrática más antigua no había preparado a los hombres para las nuevas condiciones democráticas de vida, ya que la educación se había fundado en su casi totalidad en la tradición familiar. No hubo capacitación teórica ni práctica en las áreas de la religión, la gramática y la cuidadosa interpretación de los poetas. Los sofistas se movieron en este vacío cultural y su interés práctico por enseñar llenó una urgente necesidad. Se volvieron así maestros populares y fueron la principal causa de la nueva educación. Lo que profesaron, sobre todo, fue el arte de la retórica, del discurso persuasivo. El poder de persuasión se había convertido en una necesidad política en la Atenas democrática para cualquiera que aspirara a puestos directivos. Debido a su amplio conocimiento de la gramática y a su información sobre diversas culturas, tanto como a la amplia experiencia derivada de sus viajes y el ejercicio de la docencia en diversos lugares, los sofistas poseían lo necesario para adiestrar a los nuevos ciudadanos atenienses.

La reputación de los sofistas fue al principio muy favorable; prestaban un inmenso servicio capacitando a los hombres con claridad de ideas y fuerza expresiva. El discurso claro y el poder de persuasión eran especialmente indispensables en una asamblea popular donde resultaría desastroso un debate entre oradores inhábiles, incapaces de exponer las ideas propias o descubrir los errores del oponente. La retórica se convirtió en un cuchillo que podía emplearse para un fin bueno o malo, para cortar el pan o para matar. Quien poseía este poder de persuasión podía usarlo tanto para resolver un problema difícil o vencer la resistencia psicológica a una buena idea, como para imponer un criterio a su favor o la bondad intrínseca de algo cuestionaba. El empleo de la retórica en un sentido u otro fue ampliamente facilitado por el escepticismo inherente de los sofistas. Y fue ése su escepticismo, así como su relativismo, lo que los volvió sospechosos. Nadie los hubiera criticado por formar abogados, como lo hacían, por ser hábiles en ver todos los lados de un caso. En verdad, una persona merece defenderse con la misma habilidad con que es acusada. En tanto el arte de la persuasión se vinculó a la prosecución de la verdad no hubo guerra contra los sofistas; pero cuando trataron la verdad como algo relativo, fue inevitable que se los acusara de enseñar a los jóvenes cómo mostrar bueno un caso malo o hacer que pareciera justa una causa injusta. Además, ganaron fama de reunir a jóvenes de buenas familias solo para inducirlos a un crítico y destructivo análisis de sus ideas éticas y religiosas tradicionales. Sumaron a esto el apartarse de la antigua imagen del filósofo desinteresado que no se ocupaba de la filosofía para ganar dinero. Por contraste, los sofistas cobraban por su enseñanza y buscaban a los ricos que pudieran pagarla. Sócrates estudió con ellos pero, a causa de su pobreza, solo pudo hacer un "breve curso". Esta práctica de cobrar por enseñar movió a Platón a acusarlos de "traficantes de mercadería espiritual".