LA GALLINA DEGOLLADA. HORACIO QUIROGA

6. Cuento. Parte 2

Segundo grupo de preguntas: ¿cómo pasaban sus días los chiquilines? ¿Qué los motivaba?¿Qué solían hacer? ¿Puede ser que sus pantalones estuvieran completamente empapados por la saliva o hay una exageración? ¿Te has puesto a pensar en la forma en que te expresás? ¿La importancia de la lengua? Está llena de formas que embellecen y amplían el sentido del mensaje. Tanto así que en Literatura a esas formas especiales de decir que permiten al receptor una interpretación más amplia se les llama recursos literarios. Hay variados, exagerar, agrandando o disminuyendo algo, por ejemplo: “Hice el trabajo en un segundo” se conoce con el nombre de hipérbole. Pero sigamos con el cuento...

El mayor tenía doce años y el menor, ocho. En todo su aspecto sucio y desvalido se notaba la falta absoluta de un poco de cuidado maternal.

Aquí vemos la importancia de la época. El cuidado de los hijos, ¿a cargo de quién dijimos que estaba? Entonces, ¿el cuento lo refleja?

Esos cuatro idiotas, sin embargo, habían sido un día el encanto de sus padres. A los tres meses de casados, Mazzini y Berta orientaron su estrecho amor de marido y mujer, y mujer y marido, hacia un porvenir mucho más vital: un hijo. ¿Qué mayor dicha para dos enamorados que esa honrada consagración de su cariño, libertado ya del vil egoísmo de un mutuo amor sin fin ninguno y, lo que es peor para el amor mismo, sin esperanzas posibles de renovación?

¿Pensaron en algún día tener hijos? Los hijos para este matrimonio significaban la consagración de su cariño, ir un paso más allá del amor entre dos, para dedicarse y amar a otro. Entones, ¿por qué estaban sentados en un banco todo el día? Algo anda mal, ¿no te parece?

Así lo sintieron Mazzini y Berta, y cuando el hijo llegó, a los catorce meses de matrimonio, creyeron cumplida su felicidad. La criatura creció bella y radiante, hasta que tuvo año y medio. Pero en el vigésimo mes sacudiéronlo una noche convulsiones terribles, y a la mañana siguiente no conocía más a sus padres. El médico lo examinó con esa atención profesional que está visiblemente buscando las causas del mal en las enfermedades de los padres.

Después de algunos días los miembros paralizados recobraron el movimiento; pero la inteligencia, el alma, aún el instinto, se habían ido del todo; había quedado profundamente idiota, baboso, colgante, muerto para siempre sobre las rodillas de su madre.

—¡Hijo, mi hijo querido! —sollozaba ésta, sobre aquella espantosa ruina de su primogénito.

El padre, desolado, acompañó al médico afuera.

—A usted se le puede decir: creo que es un caso perdido. Podrá mejorar, educarse en todo lo que le permita su idiotismo, pero no más allá.

—¡Sí!… ¡Sí! —asentía Mazzini—. Pero dígame: ¿Usted cree que es herencia, que…?

—En cuanto a la herencia paterna, ya le dije lo que creía cuando vi a su hijo. Respecto a la madre, hay allí un pulmón que no sopla bien. No veo nada más, pero hay un soplo un poco rudo. Hágala examinar detenidamente.

El narrador es muy duro al referirse al niño, ese ser que nació desde el amor se ha convertido en una espantosa ruina, incapaz de sostenerse en los brazos de su madre. Por eso expresa la nueva situación como “muerto para siempre”. Ya no será el mismo. ¿Conocés a algún bebé entre año y medio y dos? A los veinte meses los pequeños hacen muchas cosas, caminar, comer, tocar objetos que no deben, llevarse todo a la boca, decir cosas que quienes no los ven seguido no logran entender por confusas, etc.. Todo ello se perdió en una noche.