TERCERA SALIDA DE GREGORIO

8. Parte 8

Se asombró de la gran distancia que lo separaba de su cuarto y no podía concebir cómo, a pesar de su debilidad, podía haber recorrido antes el mismo camino, casi sin notarlo. Pensando solo en arrastrarse lo más rápidamente posible, apenas se dio cuenta de que ninguna palabra, ningún grito de la familia lo molestaban. Recién cuando llegó a la puerta volvió la cabeza, pero no completamente, pues sintió que el cuello se le ponía rígido; con todo, vio aún que nada había cambiado detrás suyo, salvo que la hermana se había puesto de pie. Su última mirada fue para la madre, que ahora se hallaba profundamente dormida. No bien entró en su cuarto, se cerró rápidamente la puerta y pasaron el cerrojo y la llave. Este ruido brusco asustó tanto a Gregorio, que las patitas se le doblaron. Quien tanta prisa tenía era la hermana. Había permanecido de pie y al acecho; luego, se había precipitado ágilmente hacia adelante, sin que Gregorio la oyera acercarse. –¡Por fin! –exclamó dirigiéndose a los padres, mientras hacía girar la llave en la cerradura. “–¿Y ahora?”, se preguntó Gregorio mientras, en medio de la oscuridad, miraba en torno suyo. No tardó en descubrir que ya le era absolutamente imposible moverse, pero no se asombró por ello, porque lo que ante todo le parecía poco natural, era el haberse podido desplazar, como hasta ahora, con esas patitas tan delgadas. Por lo demás se sentía relativamente cómodo, aunque a decir verdad le dolía todo el cuerpo, pero era como si los dolores se fueran debilitando cada vez más, y pronto fueran a desaparecer por completo.