PRIMERA SALIDA DE GREGORIO

2. Parte 2

–¿Han entendido ustedes una sola palabra? –preguntó este a los padres–. ¿No estará acaso haciéndose el loco? –¡Por Dios! –exclamó la madre rompiendo en llanto–. Probablemente está muy enfermo y no hacemos más que mortificarlo. ¡Grete! ¡Grete! –llamó enseguida. ¿Qué madre? –gritó la hermana desde el otro extremo. Se entendían a través de la habitación de Gregorio. –Debes ir enseguida por el médico. Gregorio está enfermo. Rápido, al médico. ¿Has oído cómo habla ahora Gregorio? –Era un ruido animal –dijo el encargado en voz notablemente más baja comparada con los gritos de la madre. –¡Ana! ¡Ana! –gritó el padre dirigiendo su voz hacia la cocina a través del recibidor y golpeando las manos–. ¡Pronto, traiga un cerrajero! Y ya corrían las dos muchachas. Cruzaron el recibidor con rumor de faldas –¿cómo la hermana se había vestido tan de prisa?– y abrieron bruscamente la puerta principal, pero no se oyó que la cerraran; sin duda la habían dejado abierta como suele suceder en casas donde ha ocurrido una gran desgracia. Pero Gregorio se hallaba ahora mucho más tranquilo. Es cierto que no se entendían sus palabras, aunque a él le parecían bastante claras, más claras que antes, posiblemente a causa del acostumbramiento del oído. El caso era que ya se habían convencido de que algo anormal le sucedía y estaban dispuestos a ayudarlo. La firmeza y seguridad con que se habían tomado las primeras disposiciones le hicieron bien. Nuevamente se sintió integrado a los humanos y esperaba tanto del médico como del cerrajero, sin distinción, resultados sorprendentes y grandiosos. Para que su voz fuera lo más clara posible, pues se avecinaban conversaciones decisivas, carraspeó un poco esforzándose por amortiguar el ruido, porque tal vez resultara algo muy distinto a una tos humana, lo que él mismo no se atrevió a asegurar. Mientras tanto, en la habitación contigua se había hecho un profundo silencio. Quizá los padres y el encargado estaban sentados a la mesa y cuchicheaban. Quizá todos estaban escuchando con el oído pegado a la puerta.