TERCERA SALIDA DE GREGORIO

2. Parte 2

Apenas lo sorprendía la escasa consideración que en los últimos tiempos tenía para con los otros, cuando antes, dicha consideración había sido su mayor orgullo. Y además tenía precisamente ahora más motivos para ocultarse, pues se hallaba cubierto por el polvo que abundaba en toda su habitación y que se levantaba al menor movimiento; y también arrastraba consigo hilos, pelos y restos de comida adheridos al lomo y a los costados. Su indiferencia frente a todo era mucho mayor que antes, cuando él, echado de espaldas, se restregaba contra la alfombra varias veces en el día. A pesar del estado en que se encontraba, no sentía temor al avanzar un poco por el suelo inmaculado de la sala. Cierto que nadie reparaba en él. La familia estaba completamente absorta por el violín; no así los huéspedes, que si al principio se habían parado con las manos en los bolsillos del pantalón, detrás del atril, tan cerca de la hermana que hubieran podido leer las notas, con lo cual seguramente la molestaban, pronto se retiraron hacia la ventana conversando a media voz y con las cabezas inclinadas, y allí permanecían aún, lo cual preocupaba al padre que los observaba. Aquello parecía revelar muy claramente que habían sido defraudados en su esperanza de oír un concierto de violín hermoso o al menos entretenido, que ya estarían hartos de todo aquello, y que solo por cortesía permitían que les perturbasen la tranquilidad. Particularmente por la manera de exhalar hacia arriba el humo de sus cigarros, por la boca o la nariz, delataban su extrema nerviosidad. Y sin embargo, ¡qué bien tocaba la hermana! Con el rostro inclinado a un lado, seguía el pentagrama con ojos tristes y atentos. Gregorio se arrastró otro poco hacia adelante con la cabeza contra el suelo, haciendo lo posible para que la mirada de la hermana se encontrara con la suya. ¿Era realmente un animal cuando la música tanto lo conmovía? Le parecía que se le revelaba el camino hacia un alimento desconocido y ansiado. Estaba decidido a avanzar hasta la hermana, tirarle de la pollera e indicarle de este modo que viniera a su cuarto con el violín pues nadie apreciaba aquí su música como él; y al menos mientras él viviera, no la dejaría salir de su cuarto. Por primera vez su espantosa figura le serviría de algo: rechazaría con furia a quienes lo agredieran, para lo cual querría estar en todas las puertas de su habitación al mismo tiempo.