TERCERA SALIDA DE GREGORIO

4. Parte 4

Mientras tanto, la hermana había superado la perplejidad que le ocasionara el haber sido interrumpida bruscamente, y después de quedarse un momento con el violín y el arco en sus manos que colgaban indolentes, mirando el pentagrama como si todavía tocase, recobró súbitamente el ánimo, plantó el instrumento en el regazo de su madre que, respirando con fatiga, aún estaba en su butaca, y se precipitó a la habitación contigua a la que los huéspedes se acercaban ya más rápidamente, empujados por el padre. Pudo verse cómo, bajo las diligentes manos de la hermana, colchas y almohadones volaban por los aires y se acomodaban sobre los lechos. Y antes que los señores llegaran a la habitación, las camas ya estaban tendidas y ella se había escabullido. El padre que, al parecer, estaba nuevamente poseído por su obstinación, olvidaba todas las normas de cortesía que debía a sus huéspedes. No hacía más que empujar y empujar, hasta que al llegar a la puerta el señor del medio dio una patada en el suelo y lo obligó a detenerse, diciéndole con voz de trueno al par que levantaba la mano y buscaba con la mirada también a la madre y a la hermana: –Con esto, declaro que, teniendo en cuenta las circunstancias repugnantes que imperan en esta casa y esta familia –y al llegar aquí escupió en el suelo con brusca resolución–, entrego inmediatamente la habitación. Por supuesto que no pienso pagar absolutamente nada por los días que me alojé aquí; por el contrario, créame usted, he de pensar si presento una demanda contra usted, lo que será muy fácil de justificar. Calló, y miró fijamente como si esperase algo. Y en efecto, sus dos amigos agregaron de inmediato: –También nosotros nos vamos enseguida–. Tras lo cual el primero agarró el picaporte y cerró la puerta con estruendo.