TERCERA SALIDA DE GREGORIO

6. Parte 6

Cuando se tiene que trabajar tan duramente como lo hacemos, no es posible tener que aguantar además estos tormentos en casa. Yo tampoco puedo más. Y rompió a llorar con tanta fuerza, que sus lágrimas cayeron sobre el rostro de la madre que se las enjugó mecánicamente con la mano. –Pero, hija, ¡qué le vamos a hacer! –dijo el padre compasivo y sorprendentemente lúcido. La hermana se encogió de hombros como mostrando la perplejidad que se había apoderado de ella mientras lloraba, y que contrastaba con su anterior decisión. –¡Si él nos comprendiera! –dijo el padre casi en tono interrogativo. La hermana, en medio del llanto, agitó vehementemente la mano indicando que no había ni que pensar en tal cosa. –Si él nos comprendiera –repitió el padre, y cerrando los ojos hizo suya la convicción de la hermana acerca de la imposibilidad de esto– acaso pudiéramos llegar a un acuerdo con él. Pero así... –Tiene que marcharse –dijo la hermana–. Es el único remedio, padre. No tienes más que desechar la idea de que se trata de Gregorio. El haberlo creído así durante tanto tiempo es sin duda el origen de nuestra desgracia. ¿Pero cómo es posible que esto sea Gregorio? Si fuera él, hace rato que hubiera comprendido que no es viable la convivencia de seres humanos con semejante bestia, y se hubiera marchado voluntariamente. Entonces ya no tendríamos hermano, pero podríamos seguir viviendo y honrar su memoria. Pero así, este animal nos persigue, espanta a los huéspedes y evidentemente quiere apoderarse de toda la casa y echarnos a la calle.