4. Parte 4

Miró el despertador que hacía tic-tac encima del baúl. “¡Santo Dios!” –se dijo–. Eran las seis y media y las agujas avanzaban tranquilamente. Era más tarde aún, casi las menos cuarto. ¿Acaso la campanilla no había sonado esta vez? Podía verse desde la cama que, efectivamente, estaba puesto a las cuatro. Había sonado, sin duda; ¿y era acaso posible haber seguido durmiendo con ese ruido que hacía temblar los muebles? En verdad, su sueño había sido intranquilo y tal vez, por lo mismo, más profundo. Y ahora, ¿qué podía hacer? El próximo tren salía a las siete; para alcanzarlo había que darse una prisa loca y el muestrario no estaba empaquetado aún. Además, él mismo no se sentía en absoluto ágil y despejado. Y en caso de alcanzar el tren, no podría evitar la tormenta que desencadenaría el jefe, pues el dependiente de la firma –hechura del amo, sin carácter ni inteligencia– lo habría esperado en el tren de las cinco y ya debía de haber dado cuenta de su falta. ¿Qué pasaría si diera parte de enfermo? Pero esto resultaría tan molesto como sospechoso, pues Gregorio, en cinco años de trabajo, no se había enfermado ni una sola vez.