RELIGIÓN GRIEGA Y DIOSES HOMÉRICOS

1. Religión griega y Dioses Homéricos

Los dioses homéricos son los olímpicos, aquellos que residen en el Monte Olimpo. Sus nombres son Zeus, Poseidón, Hades, Ares, Hera, Atenea, Afrodita, Apolo, Hefestos, Hermes, Artemisa y Demeter. Este grupo de dioses aparece mezclado con la vida de hombres y mujeres.

Hay otros dioses que apenas se mencionan, son divinidades menores que también están relacionadas con elementos de la naturaleza. Otros representan abstracciones como la Venganza, la Ceguera, la Discordia.

Los dioses son concebidos a imagen y semejanza del hombre griego, tienen forma humana, son muy hermosos, bien formados, altos, poderosos físicamente. Tienen también funciones y necesidades propiamente humanas: comen, beben, hacen el amor con otros dioses o con humanos, duermen, sudan, sufren si son heridos, lloran.

No son superiores intelectualmente, no son creadores. Zeus no es el creador del mundo, solo lo rige temporalmente tras haber derrocado a Cronos, su padre. Tampoco son superiores moralmente, conocen las mismas pasiones que arrastran a los hombres, incluyendo las mas bajas como los celos, la envidia, la ira, la venganza.

Intervienen en los asuntos humanos por móviles mezquinos y personales, no son justos. Son superiores a los hombres porque son inmortales, por sus poderes maravillosos, por sus conexiones con el destino, su conocimiento del porvenir, por su capacidad de percepción y acción a distancia.

En las intervenciones de los dioses, que son frecuentes, los dioses pueden aparecer bajo diferentes aspectos según les convenga, pueden adquirir forma humana o animal, ser invisibles para unos y visibles para otros y cambiar de forma cuando lo deseen.

El límite de su poder es la Moira o el Destino. La Moira marca las grandes líneas de cada vida, indica cómo y en qué momento acabará una vida, una ciudad, una guerra. Los caminos que conducen a ese fin dejan bastante libertad a las iniciativas de los hombres pero lo decretado por la Moira al final siempre se cumple.

Los humanos se comunican con las divinidades mediante la oración, pero no se humillan, no se arrodillan, lo hacen de pie, en voz alta y casi siempre en público. Rezan cuando necesitan algún favor o cuando hacen testigos a los dioses de un pacto o juramento. Los resultados de sus pedidos son azarosos, depende de la voluntad de los dioses.